Aquellos días había andado atareada con la vendimia, estaba sudorosa pero satisfecha, todo había salido según sus cálculos. Cuando se quedó sola después de haber despedido a los temporeros, se acercó a la ventana protegiéndose los ojos con la mano a modo de visera y miró al frente para contemplarlo una vez más, allí estaba, era el último regalo que le habían hecho sus hijos. Unas lágrimas emocionadas y silenciosas corrieron por sus mejillas. La vida dura del campo la había fortalecido dotándola de un aspecto austero, pero no había mermado ni un ápice su bondad admirable.
Era un día caluroso, sin un soplo de aire que lo suavizase; pese a lo cual, le pareció que su nuevo regalo ondeaba al suave impulso de una alegre brisa. El sol reverberaba sobre las placas de titanio y parecía hacerlo fermentar e irradiar destellos azulados, violetas y rosados propios de un buen vino.
Dejó volar la fantasía y siguió largo rato contemplándolo…
El marco en el que se situaba le era harto conocido. Al fondo, ondulaciones extensas de terreno, hoy más vastas por la perfecta claridad del horizonte, con sus cepas austeras, rojizas, proclamando la recién recogida cosecha y en las que la inexistente ligera brisa, encendía ramilletes de flores ardientes de luz solar.
Notó una sombra a sus pies, las horas habían pasado y sabía que su fiel amiga, la Sierra de Cantabria, le avisaba como siempre desde el comienzo de su existencia, de un nuevo anochecer. Se refugió en su manto y de la mano de este mundo milenario, de raíces profundas, se sintió más segura y se atrevió a hacer un guiño a la modernidad.
Era un día caluroso, sin un soplo de aire que lo suavizase; pese a lo cual, le pareció que su nuevo regalo ondeaba al suave impulso de una alegre brisa. El sol reverberaba sobre las placas de titanio y parecía hacerlo fermentar e irradiar destellos azulados, violetas y rosados propios de un buen vino.
Dejó volar la fantasía y siguió largo rato contemplándolo…
El marco en el que se situaba le era harto conocido. Al fondo, ondulaciones extensas de terreno, hoy más vastas por la perfecta claridad del horizonte, con sus cepas austeras, rojizas, proclamando la recién recogida cosecha y en las que la inexistente ligera brisa, encendía ramilletes de flores ardientes de luz solar.
Notó una sombra a sus pies, las horas habían pasado y sabía que su fiel amiga, la Sierra de Cantabria, le avisaba como siempre desde el comienzo de su existencia, de un nuevo anochecer. Se refugió en su manto y de la mano de este mundo milenario, de raíces profundas, se sintió más segura y se atrevió a hacer un guiño a la modernidad.
1 comentario:
La marca de agua sobre este escrito quedó perfecta, hasta se ve el brillo de la copa, enhorabuena a los autores del artículo que si no me equivoco son los compañeros del ordenador 12.
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